viernes, 16 de marzo de 2012

Correo argentino





Otra vez me olvidé la llave en algún lado. Qué bronca me tengo a mí mismo cada vez que mi propio despiste me juega una mala pasada. Lo peor es que me doy cuenta en la puerta, cuando ya pasó por mis espaldas todo un día afuera de casa. Ni modo, dirían los mexicanos, habrá que saltar de nuevo la reja. Y con este verano tardío de Lima, no me agrada nada la idea.
Pero ahí estoy de nuevo jugando al hombre araña, a la vista de mis vecinos de arriba que miran y no dicen nada, pero miran y no dejan de mirar y me hacen sentir un ladrón de poca monta. Tengo ganas de cerrar mi puño y dejar sólo en alto el dedo mayor en respuesta a sus caras de idiota, sería sutil, pero no, mejor aclarles : "Disculpen, me olvidé la llave".
El gordo portero me sostiene la escalera, yo salto, y caigo entre las plantas del parquecito. Me ensucio hasta el alma, y la tierra se mezcla con mi transpiración, le agradezco al gordo.

"-¿Puedes abrir?"
"-Sí, siempre dejo un poquito abierta la ventana de mi cuarto" (Creo que esas cosas no se cuentan ¿no?).
Y aquí estoy de nuevo, ¿será posible que tenga que hacer la de Indiana Jones para poder entrar a mi casa? ¿y dónde mierda está la llave?, me pregunto, me recrimino, me acuesto en el sofá y pienso.
Llego a la puerta, veo impuestos y resúmenes de tarjetas esperando ser desvirgados, y entre ellos un sobre marrón. Y ahí está tu nombre. Y empiezo a reirme solo,  "qué increíble esta mujer". Huelo el sobre, lo contemplo unos segundos, me dan hasta ganas de no abrirlo, pero no voy andar con vueltas, me siento en la mesa de la cocina, encuentro las llaves, lo abro y me transporto...


Gracias, porque la vida es un milagro, y a veces se me olvida entre tanta rutina.

jueves, 15 de marzo de 2012

El gran César

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LOS DADOS ETERNOS

Dios mío, estoy llorando el sér que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!.

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,

Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado.
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, obscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.


                            César Abraham Vallejo Mendoza