viernes, 10 de febrero de 2012

Un padre nuestro latinoamericano


Padre nuestro que estas en los cielos,
con las golondrinas y con los misiles,
quiero que vuelvas antes de que olvides
como se llega al sur de Rio Grande.

Padre nuestro que estas en el exilio,

casi nunca te acuerdas de los míos,
de todos modos, dondequiera que estés
santificado sea tu nombre
no quienes santifican en tu nombre
cerrando un ojo para no ver las uñas sucias de la miseria.

En junio de mil nueve setenta y cinco
ya no sirve pedirte venga a nos el tu reino,
porque tu reino tambien esta aquí abajo,
metido en los rencores y en el miedo,
en las vacilaciones y en la mugre,
en la desilusión y en la modorra,
en este ansia de verte pese a todo.

Cuando hablaste del rico, la aguja y el camello
y te votamos todos, por unanimidad, para la gloria,
tambien alzó la mano el indio silencioso
que te respetaba pero se resistia a pensar hagase tu voluntad.
Sin embargo una vez cada tanto
tu voluntad se mezcla con la mía,
la domina, la enciende ,la duplica,
más arduo es conocer cuál es mi voluntad
cuando creo de veras lo que digo creer,
asi en tu omnipresencia como en mi soledad,
asi en la tierra como en el cielo,
siempre estaré mas seguro de la tierra que piso
que del cielo intratable que me ignora.

Pero, quién sabe, no voy a decidir
que tu poder se haga o se deshaga.
Tu voluntad igual se está haciendo en el viento,
en el Ande de nieve,
en el pajaro que fecunda a su pajara,
en los cancilleres que murmuran "Yes sir",
en cada mano que se convierte en puño.

Claro, no estoy segura si me gusta el estilo
que tu voluntad elige para hacerse;
lo digo con irreverencia y gratitud,
dos emblemas que pronto serán la misma cosa.
Lo digo, sobre todo, pensando en el pan nuestro de cada día
y de cada pedacito de día.
Ayer nos lo quitaste, dánosle hoy.
O al menos el derecho de darnos nuestro pan,
no sólo el que era símbolo de algo,
sino el de miga y cascara,
el pan nuestro.

Y ya que nos quedan pocas esperanzas y deudas
perdónanos, si puedes, nuestras deudas,
pero no nos perdones la esperanza;
no nos perdones nunca nuestros créditos.
A más tardar mañana saldremos a cobrar a los fallutos,
tangibles y sonrientes forajidos.
A los que tienen garras para el arpa.
Poco importa que nuestros acreedores perdonen
asi como nosotros, una vez, por error,
perdonamos a nuestros deudores.
Todavia nos deben como un siglo de insomnios y garrote,
como tres mil kilometros de injurias,
como veinte medallas a Somoza,
como una sola Guatemala muerta.

Y no nos dejes caer en la tentación
de olvidar o vender este pasado,
o arrendar una sola hectárea de su olvido,
ahora que es la hora de saber quienes somos
y han de cruzar el río el dolar y su amor contrareembolso
arrancanos del alma el último mendigo
y líbranos de todo mal de conciencia.

Amén.

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